miércoles, 7 de septiembre de 2011

Dejar pasar

En una de las paradas subió una mujer embarazada. Un joven le cedió el asiento con desgano. También subió un vendedor ambulante ofreciendo cajitas de fósforos y pañuelos descartables. Una anciana le preguntó a los gritos si tenía curitas. El vendedor no tenía curitas. Entonces nadie le compró nada.
El ómnibus se detuvo para dejar subir a un indigente. Lento, andrajoso, cargaba consigo quién sabe qué triste historia de sueños inalcanzables y noches vagabundas. El anciano llevaba en su mano izquierda las monedas exactas para abonar el boleto. Inmediatamente, los pasajeros comenzaron a evidenciar su disgusto debido al mal olor que inundó el ambiente. Un niño no dudó en taparse la nariz.
De repente, el hombre comenzó a hacer cortas bocanadas de aire como si le costara respirar. Con cada gemido intentaba pedir ayuda. Todos los pasajeros apreciaban el espectáculo desde sus sitios. Algunos creyeron que estaba loco. En cuestión de segundos el hombre yacía tumbado en el pasillo, sin vida.
Debajo de la costra de su piel había un ser humano. El tiempo pasaba y la inmovilidad de los otros solo mostraba la costra de sus almas.

Ángel de ultramar





Colonia del Sacramento, junio 2011.